lunes, 29 de junio de 2009

Kirchner y el sentimiento inconsciente de culpa

Por Fernando Laborda
A Néstor Kirchner le salió todo mal. No sólo perdió en su distrito adoptivo, la provincia de Buenos Aires, donde nadie lo obligó a competir. También fue derrotado en Santa Fe, donde apostó a restarle votos a Carlos Reutemann sin poder evitar la victoria del ex piloto de Fórmula 1. Además, ganó su archirrival, Julio Cobos, en Mendoza. Y, por si fuera poco, sus candidatos cayeron en su provincia natal, Santa Cruz.
En la terminología tan cruda del peronismo, alguien así es definido de una sola forma: mariscal de la derrota.
El malestar de no pocos allegados al mandatario bonaerense, Daniel Scioli, con el ex presidente Kirchner era bastante evidente en las últimas semanas, cuando el triunfo oficialista había empezado a tambalear. Y será más claro a partir de ahora. No faltarán los hombres del gobernador que esgrimirán que el resultado en la provincia habría sido distinto si Scioli hubiera encabezado la lista de diputados, sin la presencia de Kirchner.
El ex presidente en ningún momento de la campaña proselitista pudo modificar la percepción de debilidad política que lo acompañó desde el momento en que el Gobierno decidió adelantar la fecha de las elecciones.
A ese error original, se sumó el de las llamadas "candidaturas testimoniales" a cargos legislativos que nunca serían ocupados; el de victimizar a Francisco de Narváez y hasta el de amenazar, a través de dirigentes piantavotos como Luis D ´Elía, el posible copamiento de la Plaza de Mayo después de las elecciones.
Las idas y venidas en torno de la participación de Kirchner en el programa más visto de la televisión argentina y su penoso diálogo telefónico con Marcelo Tinelli, en el que el ex presidente exhibió un tono desconfiado y por momentos amenazante, coronó una estrategia electoral que nunca abandonó el estilo crispado.
Especialistas en psicología distinguen dos clases de sentimiento de culpa: el consciente y el inconsciente.
El sentimiento consciente de culpa aparece bajo la forma del arrepentimiento y el autorreproche. Es aquel que conduce a la reparación del daño ocasionado o, al menos, a la asunción de la responsabilidad.
Por el contrario, el sentimiento inconsciente de culpa reconoce manifestaciones muy variadas. A tal punto que puede aparecer como depresión o como otros síntomas psiquiátricos, según expresó a LA NACION el médico psicoanalista Jorge Kury.
Un ejemplo de este tipo de sentimiento de culpa podría ser el de un niño pequeño que, al romper accidentalmente un juguete, tal vez intentará repararlo, pero si no lo consigue, lo arrojará al piso hasta terminar de destrozarlo. Otro caso sería el de un adolescente que ofende a su novia, luego se arrepiente y le pide disculpas; pero pronto sentirá, con alguna razón, que su pareja lo debe querer menos y, para probarla, le inflige una ofensa mayor hasta despedazar el vínculo.
En otras palabras, el sentimiento inconsciente de culpa lleva a una persona a estropear cada vez más una situación de por sí complicada.
Los numerosos errores de Néstor Kirchner a lo largo de este convulsionado proceso electoral, que concluyó ayer con su derrota, podrían inscribirse dentro del sentimiento inconsciente de culpa que definen los especialistas.
Sólo cabe esperar que, como en el ejemplo del niño pequeño, el ex presidente no crea que la Argentina es un juguete al que, como no se comporta como desea, termine despedazando contra una pared.

domingo, 28 de junio de 2009

¿Evolución? Del mono venimos, al circo vamos

Por Emanuel Donati

Conozco de mis limitaciones y sé que corro un absurdo riesgo al contradecir al viejo Darwin, pero mi presente escrito pretende reflejar una línea evolutiva que se cierra en si misma; formando un circulo. Se que seré juzgado con una vara tan cientificista que apenas acusaré un liviano dolor moral; pero me atreveré a hablar de la repetición, concepto que considero desafiante y que le tira la cola al mono.
Somos hijos de latinos, y vivimos de tal manera que vanagloriamos nuestros antepasados; hacemos barro y damos diariamente más cuerpo a un Aquiles, a un Alejandro Magno, que hoy se han transformado en nuestros políticos. Sus batallas son nuestros estadios de fútbol, cualquier libro de autoayuda es un antiguo testamento, esclavos tenemos de sobra y las antiguas Diosas que representaban a la naturaleza ahora venden fantasías plásticas por mensajes de textos.
Nuestras escuelas siguen siendo para unos pocos, pero “Hijo! sobrevive el más apto”, por tanto estudia inglés así como un pobre romano se perfeccionaba en el idioma helénico. Bowen relata un fragmento de la vida romana del primer siglo post cristo:

“La obra de Quintiliano era un exponente de un enfoque educativo que ya empezaba a ser caduco en ese momento, reflejando ideales de una época más romántica que iba pasando de moda. Roma empezaba a ser una sociedad de consumo, satisfecha y sin grandes complicaciones, ni siquiera intelectuales. Así la filosofía epicúrea adquiere un carácter carituresco: el hedonismo pasa a significar placer inmediato y físico, mientras del estoicismo parece quedar solo la indiferencia y la resignación. Pan y circo es la frase que resume la demanda de una población sin expectativas de superación. De los ideales educativos parece que la formación del orador era lo único valioso salvando la formación en otras artes u oficios. Para otras actividades estaban los manuales, contenían lo suficiente para la escasa demanda del público.”

¿Sociedad capitalista dijo? No nos engañemos; con cuernos o con celulares siempre vamos a llamar al de afuera para que ponga un corcho a la gotera de angustia. Con sandalias o con zapatillas que prometen llevarnos hasta el cielo, pero siempre entramos en escenas que montamos para vivir de la eterna tragedia o la eterna comedia.

Me haces volar - Paz Rock (Acústico)

sábado, 27 de junio de 2009

Desterrados

Por Juan Pablo Espejo
Creo que era en las tragedias, en las tragedias griegas sobretodo -aunque no exclusivamente-, donde se podía ver bien que la muerte para el ser humano es ante todo un hecho de carácter simbólico. No podemos saber nada de ella, pero insiste como significante, como destino. Y tanto es así que de ella hacemos metáfora, mientras esperamos que algún día nos deje mudos. ¿Hay algo peor que la muerte? O mejor dicho, ¿porqué habría algo peor que la muerte? Si admitimos que de la muerte nada sabemos, que como fenómeno natural es un puro real, un imposible, ¿cómo compararla? ¿para qué compararla? Bueno, en dichas tragedias existe algo peor que la muerte: el destierro. Castigo de los dioses, devenido norma social, el destierro es lo que la ley inscribe como máxima condena. El incesto, la traición, los más altos crímenes eran purgados con esta medida. En tiempos donde se ha puesto de moda debatir sobre la pena de muerte, resurge en mí este interrogante: ¿por qué para estos personajes era peor ser condenados al destierro que morir? ¿Qué sentido agrega este final que parece más insoportable que el final de los finales? No me interesa entrar en una discusión sobre la angustia o la desesperación, dos casos en los que la vida cotidiana nos muestra a la muerte como una salida posible, deseada incluso frente a un horror sin límites. El desterrado lo era de un país, sin duda, de un territorio, seguramente, pero más que nada era desterrado de la polis, como espacio jurídico y social. Hiciera lo que hiciera, ya no sería en adelante un semejante, no gozaría de los derechos y las obligaciones que hacen de cada hombre un ciudadano. Hoy en día nosotros heredamos de dicha polis algunas nociones sobre la democracia, pero ante todo, la palabra política. Siglos y siglos de gestiones corruptas le han impreso a este término un aura de suciedad. De ninguna manera se nos ocurre ahora pensar que es mediante la política que nos hacemos humanos, antes bien esgrimimos otras dimensiones de nuestra existencia para definirnos como tales. ¿No seremos unos nuevos desterrados? ¿Qué extraña coyuntura nos lleva a huir de la polis, a renegar de ella? Con esto no me refiero a la militancia o el ejercicio explícito de una función política. El slogan “votá en blanco, impugná el voto o ni vayas” tiene una raíz más profunda que la expresión de una cierta ideología partidaria, resuena en cierto vacío que se encuentra definitivamente instalado en el discurso social de nuestro tiempo. El voto como instrumento de un sistema de gobierno puede tener muchísimas aristas que le imprimen indudables ventajas y desventajas. Hay una certeza difícil de revocar lamentablemente: un abismo de azares y circunstancias de ética dudosa separan la intención de voto y la representatividad llevada a cabo por el gobernante. Es fácil entender la decepción de la gente a través de los años. Ahora bien, ¿qué nos queda por fuera de eso? La guerra de las calles, que no hace falta ser un sociólogo para darse cuenta como avanza día a día, a punta de paco y de pistola. Después nos preguntaremos por la muerte, quien merece vivir y quien no. Después extrañaremos a los militares, como hicimos en tiempos pasados –por cierto, ellos tienen algunas respuestas para dichas preguntas-. Y mientras tanto, nos da fiaca ir a votar. No me interesa la reflexión moralista, ni conmoverlos pensando en todos los que murieron para que podamos decir que vivimos en democracia. No pasa por ahí, y si pasa por ahí aun nos falta madurar ciertas cosas. Ser un desterrado es estar fuera de la discusión, no poder sentarse en la plaza a hacer lazo con el otro. Yo hoy tengo miedo de sentarme en una plaza, me dicen que es mejor en casa con Gran Cuñado y mi telefonía móvil a disposición. Más allá de lo que ocurra con cada elección y cada instancia en la que se nos obliga a ser ciudadanos, quizás valga la pena preguntarse por esa muerte que aceptamos con tanta pasividad. Como diría F. Páez: “Argentinos, Argentinos, caminando siempre al lado del camino, la ventaja de no pertenecer…”

viernes, 26 de junio de 2009

El estrabismo estructural

Por Emanuel Donati
Me preguntaba sí lugar y figura se crean mutuamente. Puede ser.
¿Existe la persona adecuada para el lugar equivocado? O bien ¿acaso esa no sea la persona adecuada y el lugar no este nada errado? Como saberlo.
Para analizar las categorías en cuestión nos enfrentamos con infraestructuras y relojes, con edificios y días, casas y meses, parques y horas, trabajos y segundos.
Nos alimentamos de ellos. De las casas, los relojes, los parques, el trabajo, los edificios.
Sólo algo totalmente muerto como el a posteriori nos puede responder sí una figura estuvo en el lugar y tiempo adecuado o sí tal figura es presa de alguna maldición. La vida nos corre por debajo, nosotros le pisamos la cabeza realizando todo tipo de elecciones: relojes, casas, horas, edificios, hasta los segundos que nos pueden avisar que llegamos tarde al lugar para el que quizás siempre es temprano. De una manea o de otra vivimos desfasados.
Cada elección nos muestra un abismo, un pozo negro, al que nosotros debemos darle un relojito y una vivienda para no sentirnos tan desamparados.
Vivimos apostando deudas ingratas para poder ganar ilusiones que alimentan nuestro fantasma. Pero este néctar nos ayuda a sobrellevar día tras día tanto los placeres como los malestares, ese jugo nos sirve para ser el único animal que come del agujero una y otra vez, más allá de que nos caiga bien o nos mande al baño. El estrabismo nos es propio. No le demos vuelta la cara.

lunes, 22 de junio de 2009

De Mario Pergolini para Fernando Peña

Irse… de a poco o rápidamente
No me gusta mucho escribir despedidas. O Necrológicas. No me gusta escribir sobre lo inevitable y mucho menos de la mirada que a uno le deja la gente que se va. Por vaya uno a saber que extraña yunta, muchas personas que he conocido se han ido. Y juro no tener la edad de mis abuelos o de mis padres como para ya tener tantos muertos a cuestas. He vivido alguna parte de mi vida muy parecida a la de estos hoy muertos y a pesar de todo siempre sigo lamentando al que se va por vivir tan rápido. Será que veo la vida con otros ojos (tal vez con sus pupilas más en su lugar) o tal vez el tiempo me sacó un poco el calor en las venas y puso frialdad en la mente, pero hoy en día lamento la muerte del tipo que intentó correr más rápido que todos. Lamento mucho Peña que te haya gustado más la vida al final que cuando la pusiste en juego. Se de la lucha que tuviste con vos mismo por haberte convertido en es piloto de carreras de tu propia vida, pero tengo que admitir que te escuché muchas veces que así te parecía que había que vivir. Lamento que justo ahora que la tenías más a mano, se te escapara la vida de tu cuerpo para demostrar, tal vez injustamente, que vivir agitado es sólo para los jóvenes y sólo por un ratito. Me acabo de enterar que te moriste en una clínica cerca de la radio. Me acordé que te tenía que llamar, que me viniste a visitar al estudio hace poco. Me acordé que me tenía que acordar de tenerte en cuenta, peo la muerte me gano de mano. A vos también. Lo lamento, te juro que en este momento de tremenda soledad tengo tiempo para lamentarlo. No es justo que los artistas, o lo que hayas sido, sufran su talento, el que fuera, y no tengan forma de disfrutarlo. No me parece bien esta montaña rusa en la que te pusiste. Siempre se pierde. Creo que nunca se gana. Estoy empezando a estar un poco cansado de los muertos jóvenes. Me imagino que te hubiese gustado ver lo que pasó con la noticia de tu muerte. Bueno te digo que tus amigos Lalo, Elizabeth, Quique y los de la radio en las que trabajabas ya te están llorando. Que los noticieros hablan del loco lindo que fuiste y los programas de chismes no saben que hacer, porque están totalmente desconcertados ya que vos filmaste como te morías, y esa apuesta ya es difícil de subir. La señora que te había hincado una demanda porque le apoyaste tu miembro en el teatro, lamenta no poder seguir con el juicio. Yo no sé que decirte. La lista de muertos aumenta y siempre pienso que sería mejor que se muera gente sin talento o los menos jugados, los que van a lo seguro, los tibios. Guardaré tu chal olvidado adrede en mi ya inexistente oficina de Cuatro Cabezas. Creo que lo voy a regalar. Fue un gusto haberte conocido. Fue loco ver tanto exceso junto, justo cuando yo ya no era eso. Gracias por el cariño y el respeto. Te van a velar en la Legislatura de la ciudad, je. Las voces que inventaste en la radio seguro que estarán puteando y riéndose de esto. Descansá como quieras, pero descansá. Mario Pergolini Buenos Aires, 17 de junio de 2009

miércoles, 17 de junio de 2009

De Peña para Cristina



Cristina, mucho gusto. Mi nombre es Fernando Peña, soy actor, tengo 45 años y soy uruguayo. Peco de inocente si pienso que usted no me conoce, pero como realmente no lo sé, porque no me cabe duda que debe de estar muy ocupada últimamente trabajando para que este país salga adelante, cometo la formalidad de presentarme. Siempre pienso lo difícil que debe ser manejar un país… Yo seguramente trabajo menos de la mitad que usted y a veces me encuentro aturdido por el estrés y los problemas. Tengo un puñado de empleados, todos me facturan y yo pago IVA, le aclaro por las dudas, y eso a veces no me deja dormir porque ellos están a mi cargo. ¡Me imagino usted! Tantos millones de personas a su cargo, ¡qué lío, qué hastío! La verdad es que no me gustaría estar en sus zapatos. Aunque le confieso que me encanta travestirme, amo los tacos y algunos de sus zapatos son hermosísimos. La felicito por su gusto al vestirse.
Mi vida transcurre de una manera bastante normal: trabajo en una radio de siete a diez de la mañana, después generalmente duermo hasta la una y almuerzo en mi casa. Tengo una empleada llamada María, que está conmigo hace quince años y me cocina casero y riquísimo, aunque veces por cuestiones laborales almuerzo afuera. Algunos días se me hacen más pesados porque tengo notas gráficas o televisivas o ensayos, pruebas de ropa, estudio el guión o preparo el programa para el día siguiente, pero por lo general no tengo una vida demasiado agitada.

Mi celular suena mucho menos que el suyo, y todavía por suerte tengo uno solo. Pero le quiero contar algo que ocurrió el miércoles pasado. Es que desde entonces mi celular no deja de sonar: Telefe, Canal 13, Canal 26, diarios, revistas, Télam… De pronto todos quieren hablar conmigo. Siempre quieren hablar conmigo cuando soy nota, y soy nota cuando me pasa algo feo, algo malo. Cuando estoy por estrenar una obra de teatro –mañana, por ejemplo– nadie llama. Para eso nadie llama. Llaman cuando estoy por morirme, cuando hago algún “escándalo” o, en este caso, cuando fui palangana para los vómitos de Luis D’Elía. Es que D’Elía se siente mal. Se siente mal porque no es coherente, se siente mal porque no tiene paz. Alguien que verbaliza que quiere matar a todos los blancos, a todos los rubios, a todos los que viven donde él no vive, a todos lo que tienen plata, no puede tener paz, o tiene la paz de Mengele.

Le cuento que todo empezó cuando llamé a la casa de D’Elía el miércoles porque quería hablar tranquilo con él por los episodios del martes: el golpe que le pegó a un señor en la plaza. Me atendió su hijo, aparentemente Luis no estaba. Le pregunté sencillamente qué le había parecido lo que pasó. Balbuceó cosas sin contenido ni compromiso y cortó.

Al día siguiente insistí, ya que me parecía justo que se descargara el propio Luis. Me saludó con un “¿qué hacés, sorete?” y empezó a descomponerse y a vomitar, pobre Luis, no paraba de vomitar. ¡Vomitó tanto que pensé que se iba a morir! Estaba realmente muy mal, muy descompuesto. Le quise recordar el día en el que en el cine Metro, cuando Lanata presentó su película Deuda, él me quiso dar la mano y fui yo quien se negó. Me negué, Cristina, porque yo no le doy la mano a gente que no está bien parada, no es mi estilo. Para mí, no estar bien parado es no ser consecuente, no ser fiel.

Acepto contradicciones, acepto enojos, peleas, puteadas, pero no tolero a las personas que se cruzan de vereda por algunos pesos. No comparto las ganas de matar. El odio profundo y arraigado tampoco. Las ganas de desunir, de embarullar y de confundir a la gente tampoco. Cuando me cortó diciéndome: “Chau, querido…”, enseguida empezaron los llamados, primero de mis amigos que me advertían que me iban a mandar a matar, que yo estaba loco, que cómo me iba a meter con ese tipo que está tan cerca de los Kirchner, que D’Elía tiene muuuucho poder, que es tremendamente peligroso. Entonces, por las dudas hablé con mi abogado. ¡Mi abogado me contestó que no había nada qué hacer porque el jefe de D’Elía es el ministro del Interior! Entonces sentí un poco de miedo. ¿Es así Cristina? Tranquilíceme y dígame que no, que Luis no trabaja para usted o para algún ministro. Pero, aun siendo así, mi miedo no es que D’Elía me mate, Cristina; mi miedo se basa en que lo anterior sea verdad. ¿Puede ser verdad que este hombre esté empleado para reprimir y contramarchar? ¿Para patotear? ¿Puede ser verdad? Ése es mi verdadero miedo. De todos modos lo dudo.

Yo soy actor, no político ni periodista, y a veces, aunque no parezca, soy bastante ingenuo y estoy bastante desinformado. Toda la gente que me rodea, incluidos mis oyentes, que no son pocos, me dicen que sí, que es así. Eso me aterra. Vivir en un país de locos, de incoherentes, de patoteros. Me aterra estar en manos de retorcidos maquiavélicos que callan a los que opinamos diferente. Me aterra el subdesarrollo intelectual, el manejo sucio, la falta de democracia, eso me aterra Cristina. De todos modos, le repito, lo dudo.

Pero por las dudas le pido que tenga usted mucho cuidado con este señor que odia a los que tienen plata, a los que tienen auto, a los blancos, a los que viven en zona norte. Cuídese usted también, le pido por favor, usted tiene plata, es blanca, tiene auto y vive en Olivos. A ver si este señor cambia de idea como es su costumbre y se le viene encima. Yo que usted me alejaría de él, no lo tendría sentado atrás en sus actos, ni me reuniría tan seguido con él.

De todas maneras, usted sabe lo que hace, no tengo dudas. No pierdo las esperanzas, quiero creer que vivo en un país serio donde se respeta al ciudadano y no se lo corre con otros ciudadanos a sueldo; quiero creer que el dinero se está usando bien, que lo del campo se va a solucionar, que podré volver a ir a Córdoba, a Entre Ríos, a cualquier provincia en auto, en avión, a mi país, el Uruguay… por tierra algún día también.

Quiero creer que pronto la Argentina, además de los cuatro climas, Fangio, Maradona y Monzón, va a ser una tierra fértil, el granero del mundo que alguna vez supo ser, que funcionará todo como corresponde, que se podrá sacar un DNI y un pasaporte en menos de un mes, que tendremos una policía seria y responsable, que habrá educación, salud, piripipí piripipí piripipí, y todo lo que usted ya sabe que necesita un país serio. No me cabe duda de que usted lo logrará. También quiero creer que la gente, incluso mis oyentes, hablan pavadas y que Luis D’Elía es un señor apasionado, sanguíneo, al que a veces, como dijo en C5N, se le suelta la cadena. Esa nota la vio, ¿no? Quiero creer, Cristina, que Luis es solamente un loco lindo que a veces se va de boca como todos. Quiero creer que es tan justiciero que en su afán por imponer justicia social se desborda y se desboca. Quiero creer que nunca va a matar a alguien y que es un buen hombre. Quiero creer que ni usted ni nadie le pagan un centavo. Quiero creer que usted le perdona todo porque le tiene estima. Quiero creer que somos latinos y por eso un tanto irreverentes, a veces también agresivos y autoritarios. Quiero creer que D’Elía no me odia y que, la próxima vez que me lo cruce en un cine o donde sea, me haya demostrado que es un hombre coherente, trabajador decente con sueldo en blanco y buenas intenciones.

Cuando todo eso suceda, le daré la mano a D’Elía y gritaré: “Viva Cristina”… Cuántas ganas tengo de que todo eso suceda. ¿Estaré pecando de inocente e ingenuo otra vez? Espero que no.

La saluda cordialmente,

Fernando Peña

domingo, 7 de junio de 2009

Varieté - Por Marina Donati










Sileno, Psicoanalisis por estudiantes


Por Marite Colovini

"Por segunda vez, los estudiantes de Psicología, se entusiasman con la idea de publicar sus productos . Hoy, con otra forma del texto escrito. Una revista. Lo que implica también una promesa: hacer serie.Fue necesaria una vez inicial , una publicación que se agotó casi en los tiempos de su salida al público, para que la marca inscripta fundara la serie. Según Pierce plantear el vacío ya es inscribirlo. La repetición de una inexistencia funda la sucesión de los números enteros, lo que significa que la inexistencia no se repite como tal y vale por inscripción.Inauguramos entonces con este Número I de Sileno, Revista de psicoanálisis, una promesa que también conlleva una apuesta: que el lazo de cada uno con su producción se extienda a hacer lazo con otros y que eso se mantenga en el tiempo. Que esto suceda en el encuentro de dos dispositivos: el del discurso del psicoanálisis y el dispositivo universitario, sigue las huellas de otra apuesta: el psicoanálisis en extensión procede del psicoanálisis en intensión y el psicoanálisis en intensión no puede pensarse sin que esa práctica, la del psicoanálisis, se encuentre a la altura de lo que sucede en el mundo. "( fragmento de la editorial).


sábado, 6 de junio de 2009

¿Qué les pasa a los jovenes?

Por Mario Benedetti
Qué les queda por probar a los jóvenesen este mundo de paciencia y asco?¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?también les queda no decir aménno dejar que les maten el amorrecuperar el habla y la utopíaser jóvenes sin prisa y con memoriasituarse en una historia que es la suyano convertirse en viejos prematuros¿qué les queda por probar a los jóvenesen este mundo de rutina y ruina?¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?les queda respirar / abrir los ojosdescubrir las raíces del horrorinventar paz así sea a ponchazosentenderse con la naturalezay con la lluvia y los relámpagosy con el sentimiento y con la muerteesa loca de atar y desatar¿qué les queda por probar a los jóvenesen este mundo de consumo y humo?¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?también les queda discutir con diostanto si existe como si no existetender manos que ayudan / abrir puertasentre el corazón propio y el ajeno /sobre todo les queda hacer futuroa pesar de los ruines de pasadoy los sabios granujas del presente.

El Volante por derecho

Por Emanuel Donati

Los discursos de las personas siempre son sustentados en su sentir, en su actuar, en la manera de darle forma a la vida, en la comodidad que persiste en las relaciones con otros sujetos, en los anhelos y también en lo más profundo de las tristezas, decepciones y desilusiones que, ineludiblemente, deben atravesar. Lo paradójico de esta historia es que se trata de un niño, más tarde joven y luego un adulto, que jamás dejó de eludir problemas, situaciones adversas y sobre todo, jugadores que no tenían la misma camiseta que él. Es una historia de amor y de odio, pero nunca de indiferencia… al fútbol.
Lo grisáceo de un ser insulso se desvanece cuando aparecen las pasiones, llenas de colores, luminosidad y de resplandor; este es el caso de un niño, más tarde un joven y luego un adulto, que siempre buscó las tonalidades de la felicidad y las encontró en una pelota de fútbol.

I
“Chicos: él es Juan y quiere jugar con ustedes”, fueron las palabras que Moretti siempre recuerda de su padre. Sólo tenía ocho años cuando el padre lo acompañó a una canchita, muy sucia y pequeña, que quedaba a tres cuadras de su casa donde regularmente arman partidos de fútbol jóvenes del barrio.
La cara de estos jóvenes, unos cuatro o cinco años más grandes que Juan, fue de sorpresa al pensar que un petizo de ocho años podía serle el volante por derecha que justo ese día había faltado a causa de un serio castigo por parte de sus padres. Pero sólo los que aman jugar al fútbol saben profundamente que cuando la necesidad apremia basta con completar el agujero vacío para que un silbido suene emulando el silbato de un árbitro. Por lo tanto ese fue el momento en que Juan, Juani (cómo lo llamaba la madre) o el Piojo ( su apodo futbolístico) comenzaba su metamorfosis a Juan Moretti, el volante por derecha que llegó a primera división.
Eran siete contra siete, partido cerrado y cada tanto el zurdo López tiraba un centro como la gente que nadie podía abrochar con un cabezazo. Muy lentamente la timidez de no saber con quién jugaba fue desapareciendo y creció en el pecho de Juan una mezcla de desafío y convencimiento de que él, sólo él, era el encargado de darle otro tinte al partido. Pasaron los minutos y esta convicción se hacia más y más gigante, hasta que explotó en la certeza; Juan tomó la pelota pegada a la línea lateral, por la derecha, siempre por la derecha, pasó la mitad de la cancha y encaró en velocidad, el primer defensa corría impetuosamente con el afán de arrastrarlo hasta fuera de los limites de la canchita y cuando lo iba a barrer, ahí, Juan Moretti pisa la pelota hacía dentro con la suavidad que una madre acaricia a su hijo recién nacido, caño, segundo de silencio y estampido de “Ole!”, casi sin dejarlo pensar estaba parado frente a él un segundo jugador que debía eludir, intentó ganarle en velocidad pero clavó sus zapatillas de lona en la tierra y tras el enganche aceleró en diagonal hacia arco; el último era el arquero, un flaco de piernas largas que salió a achicar sabiendo que era la última pelota del partido. Juani no lo dejó pensar, abrió la cara interna de su pié derecho y deslizó con mucha sutileza la pelota hacia la ratonera; nada muy distinto a un jugador de la naranja mecánica. Había nacido Juan Moretti, el volante por derecha que llegó a primera división

II
¿Qué es lo sustancial de un sujeto?. Esta pregunta ha intentado ser colmada a lo largo de la existencia de la humanidad a través de las formulaciones filosóficas, teológicas, psicológicas, chamanísticas, así como también las personas diariamente se cuestionan acerca de la sustancialidad, quizá no de manera directa, pero regularmente aparecen interrogantes por el padecer de las personas, las vicisitudes que hay que sobrellevar a diario, las astillas con que nos pinchamos constantemente. Cada ser humano de la tierra formula a diario una resolución para el enigma de la sustancialidad.
Juan, si bien nunca se preguntó para qué estaba siendo formado, para quién estaba siendo preparado, cuánto valor socio - económico tenía su entrenamiento diario, sabía que él sólo necesita sentir el contacto del cuero de la pelota junto a su pie; y esto fue así desde el primer día en que el padre lo llevó a entrenar al club de la zona, el Club Social y Deportivo Celta. Era un día de cielo celeste claro, Juan entrenaba con los chicos de su misma categoría y ya el primer día sentía que necesitaba un desafío más intenso. Su alma en gestación se inflaba y comenzaba a tomar forma de amor al fútbol, comenzaba a fluir en su corazón un mar de tintura color rojo que representaba su incondicional afecto por la pelota.
En sólo seis meses ya estaba practicando con jugadores tres años mayores que él, esquivaba conos naranjas con una velocidad deslumbrante, corría la cancha de siete a un ritmo que despabilaba a cualquier persona somnolienta, todos los días aprendía mañas del juego, posturas corporales y perfeccionaba ese don natural que era la savia vital de su ser.
Juan jugaba con la pelota, en el club del barrio; Juan jugaba con la pelota en el colegio; Juan jugaba con la pelota en la canchita que quedaba sólo a tres cuadras de la casa. Esto no significaba que no tenía amigos, por el contrario era un chico sumamente sociable y muy querido, pero su relación con la pelota era al modo de una amistad. Obviamente una que otra vez esa amistad sufrió sacudones, pincelazos bruscos de oscuros desentendimientos, pero en el fondo (ahí donde se aloja lo sustancial y fundamental de un sujeto) su relación con la pelota era respaldada por un amor inconmensurable a ella y a su tratamiento; jugar con la pelota.

III
Juan lentamente se convirtió en la estr0ella del Club Social y Deportivo Celta. Cuando jugaba su categoría, el barrio se concentraba adherido al alambrado de la cancha para verlo jugar, para ver sus quiebres de cintura, sus enganches vertiginosos, para sentir el olor a la tierra que dejaba su pique corto pegado al lateral, para oír los desaforados y alborotados gritos del técnico adversario para con sus jugadores; Juan tenía sólo trece años y era un fenómeno comunitario.
Obviamente que este descarado joven mantenía una relación de retroalimentación con la gente de su barrio, él mediante su despliegue futbolístico les brindaba gritos de alegría, diseñaba talantes sonrientes, ayudaba a olvidar problemas laborales, generaba cantos, provocaba en la gente un claro fenómeno de identificación que se hacía palpable cada fin de semana.
Juan, por su parte, recibía cariño, afecto, mimos, uno que otro regalo de la panadera del barrio y hasta el privilegio de ser mirado por los más sutiles ojos celestes de la cuidad… motivación extra cuando él sentía ser capturado por el más bonito placer escópico.
Un día frío, de cielo muy oscuro y presión baja vaticinaba un futuro incomodo pero tentador. Sábado 10 de julio, Juani cada vez más cerca de ser Juan “el piojo” Moretti.
Club Social y Deportivo Celta se enfrentaba al Club Deportivo Americano. No tan pegado al alambrado de la cancha se ubicaba un hombre de pantalón de vestir negro, camisa negra y zapatos al tono. Resultó ser Martín Sotomayor, veedor del club más grande de la República Argentina… ya sabrán ustedes de cuál les hablo.
Quince minutos de partido y el petizo de trece años abre el marcador de tiro libre, barrera mal parada, arquero bastante jugado a un palo, pelota que se abre por afuera y golazo de Juancito. De todos modos, el partido no era tan sencillito, el visitante jugaba muy ágilmente de contragolpe y tal es así que a los cinco de la parte complementaria empatan con un gol del número siete, desborde del once, centro al segundo palo, Ferrara (arquero de Celta) sale mal y el siete entra libre y con el arco vacío.
Insisto, partido chivo y faltaban unos diez minutos, o menos, para que termine. Juan recibe la pelota detrás del cinco, en posición de armador, le sale a cortar el dos, lo firuletea y lo pasa, entonces le sale el seis y Juani hace una pared con el “manteca” García, éste le devuelve la pelota entrando al área, y ahí fue cuando todo se vio negro. Patada de atrás del tres visitante y Juan cae al piso lesionado. El grito era constante, repetitivo, era una alarma que pedía ayuda.
De más está decir que el partido finalizó en empate, pero lo que no está de más es aclarar que, tras la lesión de la estrella del barrio, Martín Sotomayor sonrió, hizo unas anotaciones en su libreta de cuero negro y se retiró con un silencio y una serenidad, propia del ojo de un huracán.

IV
La paradoja de eludir lo ineludible no era la única en la vida de Juan. Estaba destinado a viajar casi sin remedio de paradoja en paradoja, sin poder observar claramente cuando empezaría una nueva incongruencia que le plantearía un nuevo desafío.
En 1930 se funda el club Social y Deportivo Celta, por voluntad de ocho abuelos inmigrantes de diferentes países británicos que compartían la particularidad de ser muy aferrados al cristianismo. Tenían como objetivo evangelizar y llevar la palabra alentadora de esta religión a la comunidad, la cual por aquellos tiempos sufría de grandes conflictos, propios de los problemas económicos que atravesaba el país y el mundo. Fue Albert Wallace quién propuso crear una cancha de fútbol donde los jóvenes del barrio pudieran encontrar un resguardo de los problemas educacionales, económicos, de desempleo que sufría la mayoría de las familias.
Los fundamentos con los que nace el club en cuestión eran sumamente religiosos y a lo largo de la historia del mismo se buscó mantener tales ideales cristianos en boga. Obviamente siempre hay una que otra escapatoria respecto de los mandatos sociales en los que nos hemos criado.

V
El día lunes 12 de julio el teléfono y el timbre de la casa de Juan dio muestra de los ideales solidarios que el barrio había mamado. Decenas de vecinos se acercaron manifestando su preocupación por la lesión de la estrella del club. La cosa era grave, rotura de ligamentos externos de la rodilla, lo cual demandaba cirugía y larga rehabilitación. El asunto era más grave aún si se tenía en cuenta que los padres de Juan no podían pagar la operación y la búsqueda del apoyo financiero de parte de la institución que lo formó deportivamente había sido en vano, al parecer no podían solventar tal gasto económico.
Como ya dije, ese día eran regulares las visitas a la casa de los Moretti, así que no sorprendió a nadie que sonara el timbre a las diez de la noche. El hombre parado en la puerta se presentó como Carlos Sotomayor y venía a ofrecerle una respuesta a los inconvenientes que la familia no podía afrontar. La propuesta era muy simple, el club más grande de la argentina pagaría la intervención quirúrgica de Juan y tras la rehabilitación éste pasaría a vestir los colores de la institución.
La madre de Juan rápidamente y sin pensarlo en demasía rumió mentalmente que era la solución al problema que sufría su hijo; el padre puso paños fríos a la verborragia mental de la madre y manifestó: “La decisión es de Juan, por más tentadora que sea la oferta”.
La reunión fue breve, no más de veinte minutos, en la que el veedor desplegó toda su habilidad marketinera para vender un paquete de oportunidad única en el que se incluía traslado a la capital de país, cirugía en una clínica privada de barrio norte , rehabilitación en los mejores institutos de la cuidad, departamento para el jugador y un integrante de su familia, escuela secundaria y hasta apoyo psicológico sí es que el niño sufría en demasía el desarraigo.
Por su parte, Juan había quedado marcado por la frase de su padre, lo que le impedía pensar con claridad la oferta “all inclused” del veedor, sentía cierta responsabilidad que nunca se había planteado, pero se imaginaba cómo sería jugar en el estadio del club atlético más grande de la República Argentina.
Los argumentos ajenos no eran desoídos por Juan; la madre decía que era la única posibilidad de operarlo, el padre no asumía un peso muy elevado en la decisión, los abuelos se encargaron de esparcir el chisme por el barrio, sus amigos hacían lista pidiendo camisetas del club, autógrafos, Juan dudaba.

VI
Dos días después, con la decisión ya tomada, o bien con el paquete comprado, se reúnen la familia Moretti con el veedor y un abogado del club en cuestión, con la finalidad de firmar un contrato. Tras firmar los debidos papeles y ver en la cara de Juan cierta preocupación, el abogado dice: “Despreocupate pibe, esto que se firmó es un pacto para que todos nos quedemos tranquilos que nos van a dar lo que queremos ”. Otra frase que marcó mucho al joven codiciado. Esa misma noche tuvo un sueño en el que él estaba en un laberinto y debía tomar la decisión de seguir derecho, doblar hacia un lado o al otro. Cada opción tenía sus correspondientes tentaciones, sí continuaba por su camino él creía que al final encontraría “los más sutiles ojos celestes de la cuidad”; sí tomaba el camino de su mano derecha creía encontrar una pared con cientos de espejos de diversos colores y si se decidía por la opción restante no podía visualizar claramente qué había. Entonces en ese angustioso sueño se encamina a querer descubrir que hay en ese tercer camino y se adentra en él, pero siente que ya no puede regresar y la angustia crece, y las palpitaciones se oyen, y el estómago se relaja y Juan despierta.
Creo que no hay que ser psicoanalista para entender básicamente de qué trata este vestigio onírico. Él mismo lo entendió como una representación de lo que esa noche había sucedido. Había sido invitado a una trampa, en la que cada decisión conllevaba una pérdida y esto era ineludible, pero ¿Porqué había elegido el camino más sombrío, el más angustioso y menos placentero?.
Insisto en que a Juan le resonaba la palabra pacto utilizada por el abogado, tan es así que buscó en un viejo diccionario que había en su casa este término y encontró, entre las múltiples definiciones, “convenio que se suponía hecho con el demonio para obrar por medio de él cosas extraordinarias”. El sueño cobraba ahora más relevancia aún, el camino elegido era oscuro y sombrío, era, acorde a los ideales del club que le vio nacer, el camino de la tentación. ¿Paradójico no? Que un club con fundamentos cristianos forme un jugador para que se ponga la camiseta del equipo rival. Ahora sí pienso que estas son preguntas que habría que hacerle a un psicoanalista.

VII
Un año y medio después de la operación, la vida de este personaje era otra, había cambiado casi radicalmente. Se mudó a Buenos Aires, ya no vivía en un pequeño barrio que le otorgaba ciertos privilegios. Cambió de compañeros de colegio, empezó a relacionarse con jóvenes que no pensaban el fútbol desde la condición del amateurismo, sino que veían este deporte como un modo de salvar sus vidas y las de sus familias, de vivir sin problemas económicos. El fútbol pasó a ser un trabajo con sus horarios correspondientes, sus francos, sus rutinas de entrenamiento.
Juan sentía cierta inercia en su actividad diaria. Todos los días se levantaba temprano, cerca de las seis de la mañana, desayunaba tres tostadas con un café con leche, tomaba un colectivo para ir a entrenar. A las dos de la tarde empezaba su estadía por el colegio, a las ocho finalizaba. Tomaba otro colectivo de regreso a su departamento, cenaba y se iba a dormir muy temprano. La rutina lo aplastaba. No era el chico vigoroso y siempre dispuesto que irradiaba luminosidad por doquier.
Algo había pasado, algo tocaba lo sustancial de su ser, algo que lo traicionaba. Se sentía excéntrico.
El fútbol que mostraba en las prácticas y los fines de semana seguía siendo muy atractivo a los ojos de cualquier espectador. Si bien al cabo de año y medio no sentía una gran comodidad con su nueva forma de vida y no podía acostumbrarse a su rutina, Juan al estar en contacto con la pelota de fútbol dejaba que su mente volara a espacios recónditos, lugares llenos de una belleza suprema e ideal. El contacto con la pelota lo suspendía temporalmente, y así podía sobrellevar el duro momento que le implicaba cumplir ese pacto.
Muy lentamente, a medida que los años transitaban, este joven que tenía la posibilidad de obrar un fútbol extraordinario fue ingresando más aún en el camino del profesionalismo. Pesadamente caminaba un sendero que sabía, no era el suyo pero sin embargo insistía en hacer ese recorrido. Y debutó en tercera división, y nuevamente demostró dotes superiores a cualquier rival, tiraba dos o tres caños por partido, era goleador, asistía a sus compañeros, tocaba de primera intención, era ordenado y tenía visión de juego.
Las manecillas del reloj transcurrían y él seguía presente en ese lugar, allí donde sentía haber traicionado ideales, donde él se veía insulso, grisáceo y opaco, lugar que Juan creía que debía aguantar y soportar sólo para seguir en contacto con el fútbol, deporte que le daba la posibilidad de encontrarse con su sustancialidad: el inconmensurable amor a la pelota y su tratamiento, jugar con ella.

VIII
Hacía tan sólo dos meses que Juani había cumplido los17 años de edad. Carlos Percia, una gloria de la institución que llevaba cinco años en la dirección técnica del club, asiste a un partido de la tercera división con la idea de promocionar algunos juveniles. Juan hace maravillas, dos goles de tiro libre y dos pases entre las líneas de la defensa rival que dejan anonadado al entrenador de la máxima categoría. En la semana siguiente este jovencito realiza su primer práctica con los jugadores de la primera división del club. Todo pasó demasiado rápido para “el piojo”, él no podía entender que practicaba junto a apellidos de verdadero peso, campeones de libertadores, campeones del mundo, jugadores de la selección nacional. Todo lo que le estaba pasando le resultaba extra ordinario.
Juan comenzaba a tener la sensación de que su estadía en la cuidad capital se estaba volviendo más tenue. La opacidad que esmerilaba el camino que él había elegido comenzaba a disiparse muy suavemente. Su respiración era plena e inundaba el pecho de regocijo. Lentamente, Juan comenzaba a recuperar luminosidad, frescura y motivación. Sentía estar muy cerca de lograr su cometido, de cumplir su deseo de jugar en primera división.
Tras dos meses de entrenar duramente con estrellas futbolísticas de máximo nivel competitivo, Juan recibe la noticia. “Piojo!, el jueves vas a la cancha de titular”.
Le temblaron las piernas por un instante, pero nunca dudo en dejar pasar tamaña posibilidad. Estaba a cuatro días de lograr el sueño de su niñez.

IX
Llegó el día. Partido de cuartos de final de la copa Libertadores. El rival, un duro equipo colombiano que llegaba invicto en condición de visitante. Faltaban cuarenta minutos para el comienzo del partido, mientras los jugadores entraban en calor, Juan recibe una llamada de su padre. Este estaba en un palco ansiando el comienzo de carrera de su hijo y le pidió que sólo juegue como él sabe, con amor.
El tiempo no transcurría, la espera era agobiante, la expectativa gigante. El suspenso gravitaba.
Salen a la cancha! Sus ojos no se detenían, giraba su cuello y miraba estupefacto, no oía sólo estaba encandilado por el ambiente. Finalmente un compañero le grito: “vamos piojo, vamos que es tu partido nene!”. Comenzó el partido y los primeros quince minutos tuvieron un ritmo electrizante, era un encuentro de suma emoción, de una concentración suprema. La hinchada mantenía el ritmo de fondo y las voces eran una. Los periodistas atentos a cada movimiento que ocurría en el campo de juego.
El primer tiempo termina con los arcos en silencio. La parte complementaria seguía igual de reñida y Juan se esforzaba por acoplarse al vértigo del encuentro.
Sólo a diez minutos de que finalice el encuentro, Juan ve su número de camiseta en el tablero electrónico, iba a ser reemplazado. En ese mismo instante el cielo se cubrió de una nube opaca y densa, como la del sueño. Comenzó a percibir una angustia similar a la vivenciada mientras dormía, sólo le quedaban instantes en el campo de juego.
Fue allí, a diez minutos del final, cuando Juan, Juani, o el Piojo comenzó a transformarse en Juan Moretti. Comprendió que su vida era la de un adulto y que debía elidir cuanta nube oscura se le presentase para poder gritar fuertemente las emociones de su vida. Haciendo fútbol de su reflexión, tomó la pelota en el circulo central y corrió con los ojos cerrados y los dientes apretados logrando que dos mediocampistas rivales se tropezasen torpemente abrió juego hacia la derecha aprovechando la veloz subida del número cuatro de su mismo equipo y recorrió como una flecha el trayecto restante hasta el área. Cayó como un centro llovido que los defensores despejaron mal y la pelota se pegó al pie del juvenil. Abrió los ojos bien grandes, tomó aire profundo y le pegó fuerte al palo más lejano del arquero colombiano.
El grito de gol de sesenta y seis mil personas quebró la nube en dos partes y el mítico estadio dio a luz a Juan Moretti, el jugador que tuvo que romper su propio pacto para poder seguir amando y encontrar las tonalidades que lo hacían lo hacían vivir.

lunes, 1 de junio de 2009

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