sábado, 27 de junio de 2009

Desterrados

Por Juan Pablo Espejo
Creo que era en las tragedias, en las tragedias griegas sobretodo -aunque no exclusivamente-, donde se podía ver bien que la muerte para el ser humano es ante todo un hecho de carácter simbólico. No podemos saber nada de ella, pero insiste como significante, como destino. Y tanto es así que de ella hacemos metáfora, mientras esperamos que algún día nos deje mudos. ¿Hay algo peor que la muerte? O mejor dicho, ¿porqué habría algo peor que la muerte? Si admitimos que de la muerte nada sabemos, que como fenómeno natural es un puro real, un imposible, ¿cómo compararla? ¿para qué compararla? Bueno, en dichas tragedias existe algo peor que la muerte: el destierro. Castigo de los dioses, devenido norma social, el destierro es lo que la ley inscribe como máxima condena. El incesto, la traición, los más altos crímenes eran purgados con esta medida. En tiempos donde se ha puesto de moda debatir sobre la pena de muerte, resurge en mí este interrogante: ¿por qué para estos personajes era peor ser condenados al destierro que morir? ¿Qué sentido agrega este final que parece más insoportable que el final de los finales? No me interesa entrar en una discusión sobre la angustia o la desesperación, dos casos en los que la vida cotidiana nos muestra a la muerte como una salida posible, deseada incluso frente a un horror sin límites. El desterrado lo era de un país, sin duda, de un territorio, seguramente, pero más que nada era desterrado de la polis, como espacio jurídico y social. Hiciera lo que hiciera, ya no sería en adelante un semejante, no gozaría de los derechos y las obligaciones que hacen de cada hombre un ciudadano. Hoy en día nosotros heredamos de dicha polis algunas nociones sobre la democracia, pero ante todo, la palabra política. Siglos y siglos de gestiones corruptas le han impreso a este término un aura de suciedad. De ninguna manera se nos ocurre ahora pensar que es mediante la política que nos hacemos humanos, antes bien esgrimimos otras dimensiones de nuestra existencia para definirnos como tales. ¿No seremos unos nuevos desterrados? ¿Qué extraña coyuntura nos lleva a huir de la polis, a renegar de ella? Con esto no me refiero a la militancia o el ejercicio explícito de una función política. El slogan “votá en blanco, impugná el voto o ni vayas” tiene una raíz más profunda que la expresión de una cierta ideología partidaria, resuena en cierto vacío que se encuentra definitivamente instalado en el discurso social de nuestro tiempo. El voto como instrumento de un sistema de gobierno puede tener muchísimas aristas que le imprimen indudables ventajas y desventajas. Hay una certeza difícil de revocar lamentablemente: un abismo de azares y circunstancias de ética dudosa separan la intención de voto y la representatividad llevada a cabo por el gobernante. Es fácil entender la decepción de la gente a través de los años. Ahora bien, ¿qué nos queda por fuera de eso? La guerra de las calles, que no hace falta ser un sociólogo para darse cuenta como avanza día a día, a punta de paco y de pistola. Después nos preguntaremos por la muerte, quien merece vivir y quien no. Después extrañaremos a los militares, como hicimos en tiempos pasados –por cierto, ellos tienen algunas respuestas para dichas preguntas-. Y mientras tanto, nos da fiaca ir a votar. No me interesa la reflexión moralista, ni conmoverlos pensando en todos los que murieron para que podamos decir que vivimos en democracia. No pasa por ahí, y si pasa por ahí aun nos falta madurar ciertas cosas. Ser un desterrado es estar fuera de la discusión, no poder sentarse en la plaza a hacer lazo con el otro. Yo hoy tengo miedo de sentarme en una plaza, me dicen que es mejor en casa con Gran Cuñado y mi telefonía móvil a disposición. Más allá de lo que ocurra con cada elección y cada instancia en la que se nos obliga a ser ciudadanos, quizás valga la pena preguntarse por esa muerte que aceptamos con tanta pasividad. Como diría F. Páez: “Argentinos, Argentinos, caminando siempre al lado del camino, la ventaja de no pertenecer…”

No hay comentarios:

Publicar un comentario