martes, 28 de febrero de 2012

Las perdices del dolor



Por Emanuel Donati

Sé que la inocencia la dejé en el pecho de mi madre. De allí en adelante de cada gesto soy culpable. Esa mueca, ese guiño y hasta la más nimia exclamación me condenan en un punzante dolor.

La tormenta aparece en los cielos de mis cielos, pero no encuentro Dios al que rogarle, por un instante viles garras que me sirvan de paraguas y unos dientes que se claven si razón.

Esta peste que me invade la memoria, y esta mujer no me ama sin dolor. El estupor me invade el cuerpo mientras llueve, mas llueve en mi corazón.

Hoy el viento me marea y me pierdo en pensar porque soy lo que soy. En mis oídos insiste una canción y las gotas de esta lluvia tocan la baranda del balcón como un piano en acorde La menor.

Sé que aún queda mucho por perder y nunca seguiría intentando sí pienso en que algo lo voy a hacer perfectamente bien. Pero para comer perdices, hay que comerse las palabras también.

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