lunes, 1 de noviembre de 2010

El loco y su porqueria


Por Emanuel Donati

Por un instante pensó que yo pensaba.

Se equivocó; nada menos parecido al pensamiento que la voz de la culpa.

Me mortificaba rogarle por mi progreso.

Me daba asco que me miren con las cejas decaídas y punzantes, tan chorreados de lastima.

Cada uno tiene un caudal de porquería que se le fluye entre la lengua. Incluso a veces es peor querer tragarla… siempre se escapa por algún lado.

El problema fue que la bronca hace metástasis y explota en dichos y en los hechos, sino nadie me juzgaría. Pero existen toda una serie de perfeccionistas dedicados a saber de todos nosotros. Son personas de galera y bastón, plata en el bolsillo y mierda en el pantalón. Incluso, algo secos de corazón.

El analista me hacía divagar. Era agotador hablar sin ojos. Me decía que no hay amor sin neurosis, ni neurosis sin amor. Pero yo rozaba la locura y esta me pegaba en las mejillas, pomposas como las de mi madre.

Hablar siempre me hizo bien, pero no con cualquiera. Sólo con aquellos que no me dicen lo que quiero escuchar.

Contando que siempre estoy del bando de los pocos y eso me hace mal, no creo que sea la cura cambiarme de bandera. Es la política de unos cuantos.

El remedio lo hallé casi por casualidad. Es más, creo que él me halló a mí.

Transformar el delirio en letra fue la poción mágica.

Transformar lo que no pienso en prosa.

Transformar la locura en una bella esposa.

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