miércoles, 17 de noviembre de 2010

La mosca



Por Emanuel Donati

La carne entre los huesos.

La sabana mojada y el camisón echo un bollo.

La sopa olía fuerte, ya agria, vieja.

El dolor era punzante y la imagen espeluznante.

La leche derramada sobre el papel. Ese primer libro de Dios, manchado y roto.

La luz era escasa. Sin embargo las totales miradas se sentían desde las cuatro paredes.

Los pelos lacios, sobre el rostro, más pálido que de costumbre.

Cadavérico, agotado… inerme.

Las catacumbas resonaban en su débil voz. Que por momentos se tornaba afanosa y amenazante.

Los ojos brillaban en las penumbras de su cuerpo.

Los ojos nunca fueron suyos.

Ese brillo estaba en esa otra parte del mundo, en su estirpe.

Esos ojos eran enormes y molestos, como la mosca.

Ese zumbar loco insistía… En lo más profano de ella, era un animal.


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