sábado, 18 de julio de 2009

El sabor de la mano

Por Emanuel Donati
La mano se extiende buscando cópula.
Como todo en esta vida a veces se encuentra fría y sin respuesta, ignorada y sedienta de tacto.
Pero no olvido la cantidad de oportunidades que la mano tiene para demostrar su infinidad de sentimientos.
Desde la firmeza con que la madre toma la mano de su hijo al cruzar la avenida, asegurando cegadamente que lo estruja más fuerte cuento más lo ama, hasta la sedosidad de una mano que pretende más. Aquella que propone por debajo de la mesa rozando una minifalda.
Desde la mano que nos toma porque cree compartir algo común hasta esa mano de bienvenida que tantas veces es presa del formalismo cultural.
Una mano que amarra que a otra en episodio del más profundo odio, mientras otra mano nos amarra y desagarra en un pico de éxtasis libidinal.
La mano que se resbala de sudor pero que insiste en volver y aquella que niega ser abordada por miedo a ser abandonada.
Una que genera mueca de fastidio y la otra que promete sonreír. La que se escapa por detrás y la que recibe la mendicante moneda del pan.
Esa que tiene los pulgares inversos y el cordial extenso. Esa que habla por Braile y que se encierra en su apretado enojo.
No la limitemos al utensilio, compartámosla para que no repose en la indeferencia de vivir sin el sabor de masticar las pasiones humanas.

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