lunes, 27 de julio de 2009

La rebelión de las masas (finas)

Por Bruno Ferrari
La señora del sapo
en la barriga se perdió dando un paseo por su ombligo, que es el mismo que el del mundo.
El amigo del padrino del cuñado del hermano del sobrino del político de moda, se está haciendo limar la uña del dedo meñique del pie por la madre del primo político del tercer marido de la chica que salía con el flaco que vende humo embotellado proveniente de la chimenea del Vaticano.
La góndola de productos de belleza para la mujer del supermercado del barrio septentrional sufre un encuentro cercano del tercer tipo con la señora que habitualmente ocupa el umbral del centro comercial. ¡Free lance! (aprenden a decir algunos).
Un par de balas huérfanas dejan huérfanos a un par de pibes que ya eran huérfanos de antemano. Las palomas de la plaza se espantan por el ruido de los disparos pero vuelven a sus nidos cuando descubren que en el aire flota una bestia metálica ruidosa, ensordecedora.
Las vaquitas, que son ajenas, se escapan de sus corralitos diseñados ad hoc por el hijo de una trabajadora sexual que cobra cien pesos, o cien dólares, al menos hasta el día de hoy.
Y en el medio de todo ello, miles de personas de las más standard descubren que la percusión es de lo más shick a la hora de protestar.
Unos cuantos meses después, este carnaval urbano es parte del pasado. Todo ha vuelto a ser normal y la memoria colectiva atesora el recuerdo de aquella jornada trágica y festiva.
Las masas finas no son para todos los días.

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