miércoles, 23 de diciembre de 2009

Pensamiento Número 6 a.m.

Por Emanuel Donati

Hay noches viudas. La muerte es protagonista en su oscuridad.
Este homicidio se prepara lentamente a partir del ocaso, en que cada hombre baja su rostro y ensancha sus ojos.
Los animales que caminan las calles desmenuzan sus alimentos para sobrevivir de las sobras de otras vidas.
El filo se hace presente para demarcar territorio… la mirada punzante y el pecho vibrante.
A ciertas horas no se siente la suavidad del sol que desnuda nuestras sombras.
A ciertas horas la aguja del peor de los relojes comienza a rotar por última vez.
Nunca hay certeza… A ciertas horas.

El boulevard se hace más ancho, más largo y más azaroso. Sus bancos atrincheran perros que cuidan sus huesos.
Las ratas corren a escondidas por sus cordones, esquivando la pobreza de algún farol.
El hombre que manda duerme tranquilo en su cama de de dos plazas, con veneno para lauchas y su libro de terapia.
Pero la madrugada es usurera… siempre se cobra algún trozo de vida que un obispo no ha podido perdonar.
Esas madrugadas, la sangre viene cubriendo el jardín, mientras otros cuantos perros rabiosos pelean por no manchar su mocasín.

La calle hecha noche se lleva las pocas luces de una vida. Mientras la letra no tiene nada que hacer contra los colmillos que aquel vampiro aprendió a usar.
En las noches viudas se llora un sol que no brilla.
Se llora la muerte de aquél hombre que no deslumbra.
Las lagrimas pasan desapercibido en sus penumbras.

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