domingo, 5 de septiembre de 2010

Un día de lo más normal



Por Emanuel Donati

Aquel día se despertó por el sonido de su celular. Con un ojo entreabierto y una pereza importante, pudo leer el mensaje de texto. Sonrió, como de regocijo, y se acurrucó en su cama para dormir un poco más.

Aquel día se sentía diferente. Temprano, al peinarse ante el espejo, se notaba bonita, sus ojos brillantes y sus mejillas rojizas. Quizás sea el entusiasmo, dijo para sí misma… pues no tenía quien la oiga.

Sabía que sí hacía las cosas bien, estratégicamente como las había pensado, podía llegar a verlo. Su mente planificaba el momento a gran velocidad.

Al salir de su departamento sintió que era el momento de dar el paso adelante.

Con el cuaderno abrazado y los lentes de sol, caminaba a paso avasallante. Se sentía fuerte, como esas mujeres que muestran los comerciales.

Pero alerta como una gata, no dejaba de repasar los momentos del plan que llevaría acabo. Ubicaba el lugar de encuentro, el manejo de los tiempos, la dirección de las miradas y hasta el tono del saludo.

Al encuentro con su primera compañera de trabajo le hizo sabre de su exaltación. Esta le devolvió un apoyo único, como aquellos que sólo las amigas saben dar. Se alabaron la ropa, el pelo y disfrutaban del momento.

El procedimiento estaba en perfecta ejecución. Todo estaba saliendo como lo había planeado, como ella lo imaginaba. Y a medida que se acercaba el momento un calor crecía por su cuello y erizaba su piel.

Ciento cincuenta y dos días de trabajo habían dado sus frutos y no podían esperar más.

Fue allí cuando ese día tan especial se trasformó en un segundo en un momento como cualquier otro. Se sintió atada. Algo pesaba por sobre sus hombros. Algo que la paralizaba justo en el momento de la ejecución. Ese algo no la dejaba consagrarse ante su victima.

Ese algo hizo que ese martes 12 de agosto, sea un día de lo más normal.

Un día que no haya más que una ilusión para contar.


No hay comentarios:

Publicar un comentario