Por Emanuel Donati
Una habitación y un plafón.
Su vestido rozaba el piso y su pelo mi colchón.
¿Cómo expresar con palabras esos miedos? ¿Cómo hablar de esa pasión?
Zapatitos negros, alhajas de importación.
Aretes y pulseras sonaban en mi desolado balcón.
¿Por qué ella si y yo no? ¿Por qué asusta la proposición?
Con los pulmones asesinados, los ojos desencajados y el ritmo frenético del corazón.
“A pueblo con dinero le sobra el amor” repetía con su sónica voz.
Pero el silencio fue la mejor respuesta a su invitación. Ese mutismo eterno anticipaba la caída de la mítica pared.
No queda tiempo para cambiar el plafón.
La luz amarillenta se hacía pesada y la lluvia besaba el sillón.
Un par de ojos de pescado eran protagonistas de la ficción, del cóctel y ese maldito almohadón.
La siesta se haría muerte cuando mis lágrimas ya no vieran el cadáver de mi procesión. Sólo ahí me note asesino…de mi propia ilusión.
Su vestido rozaba el piso y su pelo mi colchón.
¿Cómo expresar con palabras esos miedos? ¿Cómo hablar de esa pasión?
Zapatitos negros, alhajas de importación.
Aretes y pulseras sonaban en mi desolado balcón.
¿Por qué ella si y yo no? ¿Por qué asusta la proposición?
Con los pulmones asesinados, los ojos desencajados y el ritmo frenético del corazón.
“A pueblo con dinero le sobra el amor” repetía con su sónica voz.
Pero el silencio fue la mejor respuesta a su invitación. Ese mutismo eterno anticipaba la caída de la mítica pared.
No queda tiempo para cambiar el plafón.
La luz amarillenta se hacía pesada y la lluvia besaba el sillón.
Un par de ojos de pescado eran protagonistas de la ficción, del cóctel y ese maldito almohadón.
La siesta se haría muerte cuando mis lágrimas ya no vieran el cadáver de mi procesión. Sólo ahí me note asesino…de mi propia ilusión.
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