sábado, 15 de agosto de 2009

Poner las manos en el fuego vale la pena

Por Emanuel Donati
Dada mi dificultad para pensar el modo de abordar el presente trabajo y una revisión que he dado a textos analíticos, más puntualmente en relación a la dirección de la cura, me asaltó un interrogante: ¿Estamos tan acostumbrados al amor que nos cuesta pensar situaciones en las que el odio sea protagonista?
Mi dificultad para abordar diversas circunstancias en las que la amenaza y sus modos de expresarse nos de tela para cortar en un análisis no es criterio suficiente para responderme. Un recorrido por los conceptos trabajados en el seminario y por algunos textos de Freud, me han dado la posibilidad de pensar que hay conceptos que no pueden ser dejados de lado, conceptos que son magma a la hora de desplegar la cura analítica, independientemente de la estructura. Como tales, nos queman en las manos y ante determinadas situaciones pecamos al dejarlos de lado y no ser tomados en consideración a la hora de “poner las manos en el fuego”.
Acorde a la consigna desplegada para realizar esta monografía, me parece de suma relevancia realizar un repaso por determinados conceptos que ayudaran a responder los interrogantes planteados:
¿En que registro queda escrita para el analista la amenaza?
¿Cómo será el devenir de la regla de abstinencia?
No olvidemos el kaos originario del que Freud nos instruye, sitio donde nos arrima al concepto budista de nirvana, espacio donde existe la muerte no sufrida, sitio en que es puro desorden y que da lugar a pensar la anterioridad del odio por sobre el amor. Pero cuando ingresamos a hablar del odio y sus manifestaciones, estamos en un campo en que eso estructural ha sido historizado, las modalidades de odio se pueden historizar y esto se da tras una organización de lo Real. Justamente le vemos la cara a este anillo lacaniano cuando ese odio constitutivo del sujeto hablante no puede ser historizado, y nos vemos atrapados en angustiosas situaciones, o bien en escenas en que el pasaje al acto puede hacerse protagonista de la historia.
Considero que escribir la amenaza es un trabajo de asimilación; es un trabajo en el que los sentimientos hostiles hacia la figura del médico - analista merecen ser considerados y por tanto autorizados a ingresar para poder ponerse en juego en la transferencia.
En consideración del material trabajado en el transcurso del seminario puedo agregar que, si bien la amenaza puede presentarse en toda una serie de formas y matices, la posición del analista ante esta no ha de ser de una “atenta espera”, la del resguardo de la contratransferencia, debido a que la misma no tiene una disposición cronológica de aparición respecto los sentimientos tiernos que hacen a la transferencia positiva. Por lo cual, me hace eco la frase “el analista siempre llega tarde a saber sobre la transferencia negativa”; a saber, no es la función del analista atrapar y combatir el odio, ya que esta atrincherada postura obstaculizaría al analizante el despliegue de cierta dimensión donde la transferencia negativa brindaría la posibilidad de avanzar en la singularidad del caso.
El llegar tarde por parte del analista puede hacernos entrar en consideración de que el registro de la amenaza recae por sobre la percepción inconsciente, el no recuerdo, aquel campo donde la percepción de tal intimidación recibida no encuentra traducción en palabras. Sin embargo, para no entrar en confusión respecto de los roles analista - analizante, cabe recordar que los sentimientos hostiles que son vivenciados por el médico en transferencia son un artificio del dolor sufrido por el paciente, a saber, el lugar del psicoanalista es el lugar de objeto que el paciente fue para determinado Otro. El golpe recibido en análisis, es el golpe de ese odio que estructuró al sujeto en cuestión. ¿Cómo no ser golpeado por el odio cuando este es constitutivo del sujeto?
Que tal amenaza quede fijada al registro de la transferencia necesita de la posibilidad que le da el deseo del analista de ocupar ese lugar que el paciente le brinda. Lugar de ser objeto de toda una serie de sentimientos tantos tiernos y cariñosos, como cargados de un pesado odio, en cualquiera de sus facetas.
Sí odio, miedo, humillación, así como también la venganza nos conducen al encuentro con el lugar de objeto que el sujeto era en su infancia, entendamos que es allí donde algo sumamente transferencial se esta poniendo de relieve y que es un deber ético del analista quemarse en ese espacio que el paciente esta reviviendo. Es su modo de explicarnos su padecer. Esta posición transferencial supera a la del sujeto supuesto saber, y nos encamina a una transferencia donde el objeto y su forma toman suma consideración.
Salvando algunas distancias que hacen a la técnica de diversas escuelas analíticas, Paula Heimann, entre otros representantes de consideración kleniana, sostiene que el psicólogo debe tomar como guía el interpretar sus sentimientos contratransferenciales.
Por tanto hay que apostar a darle una posibilidad al despliegue del odio en el encuadre de una transferencia negativa, sin la cual un análisis no produce rupturas y consecuentes avances. El odio hacia la figura que el psicoanalista ocupa es material de trabajo y como tal merece la posibilidad de ser interpretado y construido. Interpretado porque considero que el odio se puede hacer presente en toda una serie de formaciones del inconsciente que el analista desanudará: chistes, lapsus, fallidos, sueños. Construido en tanto ese material pueda ser puesto a trabajar dentro de una neurosis artificial, intentando combatir la pura repetición del paciente.
Ahora bien, ¿Cómo responder? ¿Qué es ese deber ético que hace a la posición del analista? ¿Qué hacer ante este registro de amenaza, de odio que se juega en el encuadre de una terapia? ¿Cómo regula un analista sus intervenciones?
La abstinencia juega ahora su papel más de desafiante.
En 1918 Freud escribe “Nuevos caminos de la terapia psicoanalítica” donde nos comenta el estado de privación en que debe ser sostenida la cura, si bien rápidamente nos aclara que la abstinencia no debe ser entendida al estilo fisiológico. La abstinencia nos compromete como analistas, en tanto:
· No debemos olvidar que la transferencia como tal nos brinda un terreno fértil para cosechar demandas del paciente, pero justamente la regla de abstinencia nos da la pauta de que el médico debe denegarse como satisfacción sustitutiva. El lugar de supuesto saber que el paciente deposita transferencialmente sobre la figura del médico debe ser aprovechada en pos de un trabajo de elaboración del propio padecer neurótico, y no actuar desde el lugar de Otro repleto de respuestas, que coarta las posibilidades productivas del paciente. No nos transformemos en un seguro contra todo riesgo que el neurótico corra.

· Por otro lado, el analista no debe plasmar con sus ideales el destino del paciente, ¿Quiénes somos nosotros, los analistas, para formar a “imagen y semejanza”? ¿Cuan sádicos podemos ser al pretender que “nuestro” paciente sea parte de una raza fuerte y sana? Hay muchos conceptos que distinguen al psicoanálisis, pero creo que nunca debemos perder de vista que Freud comenzó a hablarnos del deseo y de toda su implicancia. No estoy justificando desgracias y males sociales a costa de la palabra deseo, sino que estoy poniendo sobre la mesa que nuestro trabajo conlleva cierto respeto abstinente ante la aparición de un sujeto deseante.

Mejor concentrémoslos en la postura masoquista que nos asecha. Más allá de la regla de abstinencia, no hay una legalidad que regula el proceder del analista, ya que si así fuese este se ubicaría en el lugar de A; por el contrario el lugar del analista es el de carencia de Ser: objeto a
Ahora bien, siguiendo con los conceptos que considero de suma relevancia hay uno que me gustaría darle este estatuto. Transformar la palabra “crianza” en concepto es darle, a mi parecer, la altura que se merece. Me pregunto, ¿De que se alimenta un hijo cuando su padre pasa los semáforos en rojo? ¿Qué registro de legalidad se habilita en un niño que sabe que su padre vive el día a día trasgrediendo toda norma simplemente para poder vivir dentro de un sistema? ¿Se equivoca el político que pintó cerca de mi casa un graffiti con el lema “cuando hablan los niños, habla el pueblo”?
Sobre estas problemáticas me parece que el concepto de crianza puede dar en el meollo del asunto. Un libro titulado “La religión en la época de la muerte de Dios” me transporta a Kirilov, ese personaje de Dostoievsky que afirma que “si Dios no existe, todo esta permitido” y por tanto el orden pre jurídico organizador de escenas que hacen a una cultura está quebrado. Este orden pre jurídico es y ha sido a lo largo de la historia de la humanidad, de orden teológico. Esta legalidad armada como mito se trasmite de generación en generación, se dona de padre a hijo, y los niños se alimentan de esta figura legal que su mayor puede sostener. ¿Qué pena puede recibir un sujeto que no registra un orden pre jurídico socialmente establecido?
El concepto de crianza toma importancia en tanto hace valer que el ser humano se estructura en el campo del la palabra del Otro. Por tanto, la fantasmática en transferencia despliega un abanico de modalidades en las que articula el odio, con sus peculiaridades de humillación y venganza, que son dirigidas a otro o bien a la propia persona (ruptura narcisista). Nuestro trabajo como analistas es elevar el pasaje por la simbolización, lograr una posición subjetiva tal que pueda sostener un sujeto en el campo de la palabra en lugar de tapar su boca con pastillas. De esta manera hay un compromiso social desde nuestro campo profesional, un compromiso con la crianza, pero sin ser juez de nadie.
Cabe agregar que habría una tendencia del ser humano por buscar la muerte, la quietud, el rasguño de lo real que resquebraja el principio de realidad freudiano y nos deposita de lleno en el malestar. Considero que puede encontrase modos de acercamiento a un real que no enajenen al sujeto de la totalidad de su vida social. Claro ejemplo de esto son las diversas manifestaciones artísticas que un sujeto hablante puede expresar.
Jackson Pollock es un pintor estadounidense que se relaciona con el
surrealismo en la medida en que su obra se basa en una escritura automática que pretende reflejar fenómenos que tienen lugar en el interior del artista. Tras ser interrogado acerca de cuándo consideraba que una obra estaba finalizada, supo contestarle a la periodista: “me doy cuenta que mi obra está finalizada de la misma manera que usted se da cuenta que ha tenido un orgasmo”. Con este ejemplo quiero resaltar que el arte es la posibilidad de un pasaje por el destierro de lo real, pero sin llegar a puerto por completo.
Concluyo que los conceptos trabajados, como son el de contratransferencia y el de abstinencia, son pasos importantes para afrontar situaciones en las que el analista se lee amenazado, sin poner en peligro la continuidad de la cura por el apremio personal y haciendo que la terapia “valga la pena”.

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