jueves, 28 de mayo de 2009

Balada para un psicoloco

Por Juan Pablo Espejo
Los estudiantes de psicología tienen ese que se yo, ¿viste? Salís de tu casa, por Necochea, y nos ves camino a la Siberia con los pies flotando sobre la vereda. Mezcla rara de teorías fermentadas y profesores aún más raros, como niños perdidos en el shopping de las profesiones serias. Detectives de pensamientos, artistas de medio turno y fugitivos del negocio familiar, te reís pero sólo vos nos ves, entre tantos locos y tanta ciudad encerrada. Que somos muchos y hay poca, para nada. Esa droga de la locura promete ser la soja del futuro, en esta sociedad cada vez más acostumbrada a acostumbrarse. Y nosotros, a pasos nomás de ser auténticos psicólogos, profesionales de la palabra viva y abanderados del deseo, seguimos pareciéndonos cada vez más a nuestra clientela. Mala estrategia, las voces cultas del marketing podrían alertarnos sobre ello. Casi como salir a vender un auto en patineta. Pero aquí la ganancia es equívoca, como todo aquello de lo que nos valemos para conseguirla. Tal vez, quizás, esta congregación de delirantes instruidos que hoy se gradúa sea un ancho ganador en esta partida que siempre vuelve a empezar. ¡Qué magnífica oportunidad de ser y hacer!, el optimismo siempre amanece en los umbrales de lo nuevo. Pero en los umbrales urbanos se despiertan más bien los hijos de la indiferencia, los pobres de sustento pero más aún de dignidad, en un país donde la salvación propia nunca implica la salvación de todos. Caminar por nuestra universidad pública es perderse, no solo en edificios que hacen honor al saber hecho ironía, sino más bien en la búsqueda absurda de eso público, que nunca deja de faltar a clase. Y si estar loco es no ver nada de esto, no voy invitarte a mi ilusión supersport. Es demasiada historia la que hace correr esta tinta, no sólo de grandes inventores y luchadores de nuestra profesión, sino también de miles de habitantes de este mundo que se animan a vivir esta locura de intentar una sociedad más justa. Mejor quedáte así, pensando que como todo lo que existe hoy día, seremos reemplazados por una pastilla diminuta o un aparatito de avanzada, y la aventura de cruzarse con nuestra insania sea tan sólo para los curiosos o los desesperados. Y quedémonos también nosotros así, peleando por el consultorio mejor ubicado y el récord de precio por sesión, discutiendo eternamente casos tan apasionantes como efímeros, mientras la historia nos pasa por la ventana. No quiero seguir plagiando este hermoso tango, pero hay cosas que sólo nos decimos en canciones: por algo fueron los locos los que inventaron el amor. El amor, dicen, y muchas cosas más, y tal vez por eso estemos hoy aquí. Quizás podamos seguir inventando, quizás podamos sacudir un poco el polvo de la resignación. No hace falta que creas, no somos jueces de nadie. Eso sí, no voy a dejar de darte mi más firme advertencia: no camines solo por callejones oscuros, puede haber un loco esperándote con un diván.

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