sábado, 5 de febrero de 2011

Tras tornos (Secretos de un odontólogo)



Por Emanuel Donati


Suena el despertador a las 5.57. Todos los días el mismo horario.

Ni un minuto de más, ni un minuto de menos.

A Julián lo espera su delantal verde reposando sobre la silla, siempre limpio, planchado y jamás deshilachado.

Baja ambos pies de la cama, al mismo tiempo. Todos los días ambos.

Ni un pie primero, ni el otro después.

Da su primer paso de la mañana con el pié derecho, se dirige al baño.

Lava su rostro, afeita su poca barba y se dirige a la cocina.

Julián cree que de chico no lo alimentaron bien, pues la madre no tenía leche en sus mamas y tuvo que recurrir a una nodriza luego de un par de meses. Motivo por el cual, su desayuno diario es particular.

Todos los días un licuado de banana con dos claras de huevo.

Todos los días dos. Ni una más, ni una de menos.

El licuado lo acompaña con seis galletitas de agua a las cuales le unta mermelada de tomate. Siempre del lado de la marca, pues es el más lisito.

Tras una ducha que dura veinte minutos y su cepillado de dientes que dura otros tantos, sale caminando hacia su trabajo; su clínica odontológica.

Los ha contado. Son 729 pasos, que en nuestro idioma sería algo así como cuatro cuadras. Ni un paso de más, ni uno de menos.

A las 7.40 comienza a esterilizar los instrumentos de trabajo, pues siempre a las 8 recibe el primer paciente.

Ahí se complica la situación, pues muchas veces el primer paciente se demora y él no tolera las irresponsabilidades. Al finalizar su trabajo, vuelve a esterilizar.

Según sus cálculos, Julián ha gastado más en guantes de látex y barbijos que en instrumentos de trabajo. Dice que los necesita, así trabaja tranquilo y relajado.

Le pregunté qué es lo que más disfruta de su profesión, siendo él una persona tan meticulosa con la limpieza y los gérmenes.

Al cabo de seis segundos me respondió. “Que yo puedo lograr que la gente sufra, pero no se queje. Ni más, ni menos”.